Siempre he pensado que el fuego, representa las dos vertientes de ambos sentimientos.
Cuando te enamoras experimentas como una pequeña llama, cálida y brillante se prende en tu interior, que en momentos puntuales, crece hasta hacer de tu piel y sentidos una llamarada incandescente.
Pero cuando odias...eso si que es experimentar el poder del elemento fuego, una pequeña acción hace prender la llama, que aunque pequeña quema por dentro sin tregua ni descanso, que día tras día crece, se fortalece y se adueña de ti, algo que escapa de todo control, y llegas a un momento, en el que te vuelves uno con la llamarada. Que la sientes arder, que sabes que no puedes controlarla y ni siquiera te importa, experimentas una necesidad incontrolable de gritar, de hacer que todo arda, que todo quede reducido a cenizas...sabes que esta mal, que el odio no lleva a ningún lado, pero te da igual. Quieres que todo termine, que tus heridas dejen de sangrar, heridas, si, herida rojo intenso que el fuego del odio se ha encargado de tatuarte en la piel. Heridas que te recuerdan, que por mucho que intentes controlarlo no vas a poder, por que se ha instalado en tu interior, por que no se va a ir, por tu no quieres que se valla, por que te da poder, por que te proporciona un objetivo, por que te recuerda que odias por una razón, que tienes tu lucha, que aunque el odio desaparezca, seguirás teniendo que hacerlo, luchando, por que siempre hay opciones y elecciones...ahora bien...¿luchas contra el odio o luchas con el? yo, sinceramente... ardo por lo segundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario